LA HISTORIA DEL C.D.(1)
(La historia completa)
“…y en 7 días Dios hizo al mundo”
Dios hizo a la mujer a costillas del hombre y los días no le quedaron igual.
Aparte de los años bisiestos, hay días larguísimos, pegajosos y no hallamos qué hacer con ellos. Dormimos, leemos, vemos tele, escuchamos música e inventamos cosas. Eso fue lo que pasó ese “día látex” y de Pinocho, “silbido de lechero” y “domingo sin plata”, grabado literalmente en el resto del libro.
Transcurría 1988. Era un jueves de la tercera semana de octubre. Ya el mundo tenía la costumbre de escudriñar las nubes para encontrar a alguien que estuviera soplando fuerte y que quisiera hacer algún remolino sobre el Caribe o sobre cualquier parte donde su ancha bocota pudiera soplar.
Lo pronosticaron: “viene el día más largo de todos los siglos, de los siglos, amén. Va a tener cincuenta horas, treinta de penumbra y veinte oscuras”.
La gente corría y buscaba dinero para ir a comprar arroz de puntilla.
La noche fue un solo aguacero y se hizo el día. Los árboles se estremecían con el viento y las ramas se doblaban ante el peso del agua. Era Juana(2), Juana la gorda, Juana fuerte, Juana brusca. Venía de las Antillas ahogando niños, destruyendo vías y gastando todas las puntas de arroz que pudieran existir.
La gente se quedó encerrada en sus casas mientras la corriente de los ríos tomaba posesión de las calles. La tragedia creció y las copas de los árboles se vieron pobladas de llanto.
***
Fue la mamá de Martineli la que convirtió a su hijo en un niño fuerte para que no se dejara de nadie. Ella le aconsejó:
-Tome leche con polvo ferroso y ¡no se deje de nadie!
La orden fue seguida al pie de la letra y en la década del 70, siendo cajero del Banco Nacional, tomó del cuello a su compañero Otto y le acomodó violentamente una caja registradora en la cabeza. Le dejó una cicatriz en su frente y, a partir de ese día, solo pudo expresarse en números y Martineli, sin ningún tipo de remordimientos, lo único que llegó a decir fue:
-¡Bendito polvo ferroso!-, y Popeye, ni lerdo ni perezoso, no solo copió la fórmula, sino que la mejoró al agregarle espinacas a la leche.
¿Quién no conoce la soda Popeye?
¿Quién no ha ido a esa soda a comer sabrosas espinacas y polvo ferroso?
La gente lo buscaba, le pedía espinacas en leche amarilla. Popeye vendía cantidades y guardaba el dinero y compraba platos nuevos.
Se hizo de un equipo de sonido marca Sony, muy bueno; grababa miles de casets con música de Los Galos y los vendía en docenas. Tanto era el burumbún que le cayó la tomba.
Ese día que le cayó la tomba “aterrizaron” quince efectivos lo cuales se tuvieron que turnar para entrar al pequeño Café Popeye y así revisar el cuerpo del delito. Requisaron quince empanadas de queso y diez de frijoles además de salchichón y mortadela. El equipo de sonido, los casets y otras yerbas se salvaron porque Popeye los tenía escondidos en El Bunquer, lugar secreto ubicado en el sótano del edificio y donde solo los grandes amigos podían entrar a fiestas secretas. La Guardia lo sabía pero se hacía la maje. Ellos, los policías, lo que buscaban era algún acuerdo con el gordo Popeye y pareció haberlo logrado.
A partir de ese día era frecuente ver guardas uniformados en la soda. Tomaban café con empanadas y consumían gallos de salchichón y mortadela. Por otro lado, Popeye siguió grabando y vendiendo espinacas y casets, tanto fue así que gastó las cabecillas del equipo. Creyó necesario ir donde Gollo y compró otro equipo de sonido mejor. No solo su negocio de espinacas mejoró notablemente sino que la venta de música se duplicó.
El equipo de sonido viejo estaba abandonado y de vez en cuando yo lo volvía a ver.
Un día, como de costumbre, apareció “el hijo de mama” en la soda y le pidió a Popeye un plato de espinacas con polvo ferroso y cuando me sentí fuerte, le dije con voz de hombre:
-¡Popeye!, ¡le compro el equipo!
Popeye contestó:
-Está bien. Deme veinticinco.
-Son suyos.
A la semana se los di y me llevé el empolvado aparato.
Desarmé el cajón, lo limpié, le cambié correas y cabecillas y empecé a grabar y grabar música, en especial la del famoso colombiano Julio Jaramillo.
***
Fue el día más largo, con 50 horas, como les dije.
No sabía si había amanecido o qué.
Me quedé en la cama oyendo la lluvia insistente golpear las láminas de zinc. Me volví a dormir y seguía lloviendo. El reloj iba lento y en las calles nadie pasaba ni siquiera Yajaira, la perra cuyo trabajo diario era perseguir frijoles en cualquier desagüe.
Tampoco sabía si estaba dormido o despierto.
El teléfono enmudeció y me sentí solo.
A como pude me levanté, herví agua y chorreé café. Su aroma me despabiló el apetito y coloqué el comal en la plantilla de gas. Tomé el encendedor, lo raspé, le di vuelta a la perilla de la cocina y dos huevos picados, tortillas y pinto fueron mi desayuno. Me volví a acostar. Me volví a dormir. Me volví a levantar. Volví a comer y nada más: Juana allí, mojada, embarrialada, necia, testaruda, no se iba y todo el mundo en su casa y yo en la mía y… ¡por Dios!, ¿qué invento? Miraba el reloj: ahora iba mucho más lento, ¡desesperante!
En la olla no había espinacas, menos polvo ferroso. Llovía y las agujas del reloj quietas. Tronaba y comía sin hambre, más bien empanzado. Tenía dolor de espalda: la cama era dura. Me levanté, fui donde estaba el equipo Sony y escuché música. Al rato me aburrí. Lo apagué. Tomé un libro y leí, luego lo cerré. Saqué un cuaderno y me puse a escribir poemas. Tuve un espacio de silencio y en ese instante escuché a Juana. Me percaté que decía poemas. Preciosos versos que declamaba con naturalidad y quise unirme, ¡era la gran idea! ¡Hacerme amigo de Juana! Y… ¿por qué no grabar su voz?
Salí al frente de la casa y vi a Juana en toda su amplitud de caderas: ¡gorda! Y le dije:
-¡Sí…! Estás gordita, pero me gusta verte llorar y sacudir. Gordis: ¡Declamas muy bien! ¿Me dejas grabar tus poemas?-, y con un gran trueno me respondió:
-¿Por qué yo sola?
-!Está bien! ¡Está bien!, lo hacemos a dúo.
-¡No!-, agregó-, necesitamos música.
-¿A quién prefieres?
-¿Quién está tocando piano en la sala?
-Richard Clayderman.
-Está bien.
Introduje un caset limpio a un lado y en la otra casetera estaba Clayderman. Mi mano derecha sostenía un micrófono y la izquierda, un cuaderno abierto con poemas. Al fondo Juana, con su voz de lluvia, vientos y truenos.
Francamente no sé qué hubiera hecho si Juana no me hubiera ayudado. Las pausas, el volumen y la corrección se convertían en un gran problema y Juana, además de ayudarme con esos detalles, hizo sentirme feliz. No me acordé más del polvo ferroso. Las horas transcurrieron y la poesía y la música del trío quedó en el caset.
***
Cerca de mi casa, en Barrio Valverde, vivía Carlos Quirós. Transcurría los primeros años del nuevo milenio y la moda era tener computadora.
Carlitos estrenaba un chuzo y le había instalado un programa que pasaba música de casets a cds y ese era su pasatiempo: buscar casets con la música más vieja para grabarla en discos.
Un día llegó a mi casa y se puso a desempolvar cintas. Esculcó docenas y docenas de casets hasta que uno le llamó la atención.
-Y este… ¿qué tiene grabado?, preguntó.
-Poemas-, le dije.
-¿De quién?
-De Juana y míos, con fondo de Clayderman.
Se llevó el caset, lo terminó de desempolvar y le aplicó el programa. La voz de la pareja y el piano de Clayderman quedaron grabados en un C.D.
El equipo todavía lo conservo y Juana aún está al fondo del piano.
(La historia completa)
“…y en 7 días Dios hizo al mundo”
Dios hizo a la mujer a costillas del hombre y los días no le quedaron igual.
Aparte de los años bisiestos, hay días larguísimos, pegajosos y no hallamos qué hacer con ellos. Dormimos, leemos, vemos tele, escuchamos música e inventamos cosas. Eso fue lo que pasó ese “día látex” y de Pinocho, “silbido de lechero” y “domingo sin plata”, grabado literalmente en el resto del libro.
Transcurría 1988. Era un jueves de la tercera semana de octubre. Ya el mundo tenía la costumbre de escudriñar las nubes para encontrar a alguien que estuviera soplando fuerte y que quisiera hacer algún remolino sobre el Caribe o sobre cualquier parte donde su ancha bocota pudiera soplar.
Lo pronosticaron: “viene el día más largo de todos los siglos, de los siglos, amén. Va a tener cincuenta horas, treinta de penumbra y veinte oscuras”.
La gente corría y buscaba dinero para ir a comprar arroz de puntilla.
La noche fue un solo aguacero y se hizo el día. Los árboles se estremecían con el viento y las ramas se doblaban ante el peso del agua. Era Juana(2), Juana la gorda, Juana fuerte, Juana brusca. Venía de las Antillas ahogando niños, destruyendo vías y gastando todas las puntas de arroz que pudieran existir.
La gente se quedó encerrada en sus casas mientras la corriente de los ríos tomaba posesión de las calles. La tragedia creció y las copas de los árboles se vieron pobladas de llanto.
***
Fue la mamá de Martineli la que convirtió a su hijo en un niño fuerte para que no se dejara de nadie. Ella le aconsejó:
-Tome leche con polvo ferroso y ¡no se deje de nadie!
La orden fue seguida al pie de la letra y en la década del 70, siendo cajero del Banco Nacional, tomó del cuello a su compañero Otto y le acomodó violentamente una caja registradora en la cabeza. Le dejó una cicatriz en su frente y, a partir de ese día, solo pudo expresarse en números y Martineli, sin ningún tipo de remordimientos, lo único que llegó a decir fue:
-¡Bendito polvo ferroso!-, y Popeye, ni lerdo ni perezoso, no solo copió la fórmula, sino que la mejoró al agregarle espinacas a la leche.
¿Quién no conoce la soda Popeye?
¿Quién no ha ido a esa soda a comer sabrosas espinacas y polvo ferroso?
La gente lo buscaba, le pedía espinacas en leche amarilla. Popeye vendía cantidades y guardaba el dinero y compraba platos nuevos.
Se hizo de un equipo de sonido marca Sony, muy bueno; grababa miles de casets con música de Los Galos y los vendía en docenas. Tanto era el burumbún que le cayó la tomba.
Ese día que le cayó la tomba “aterrizaron” quince efectivos lo cuales se tuvieron que turnar para entrar al pequeño Café Popeye y así revisar el cuerpo del delito. Requisaron quince empanadas de queso y diez de frijoles además de salchichón y mortadela. El equipo de sonido, los casets y otras yerbas se salvaron porque Popeye los tenía escondidos en El Bunquer, lugar secreto ubicado en el sótano del edificio y donde solo los grandes amigos podían entrar a fiestas secretas. La Guardia lo sabía pero se hacía la maje. Ellos, los policías, lo que buscaban era algún acuerdo con el gordo Popeye y pareció haberlo logrado.
A partir de ese día era frecuente ver guardas uniformados en la soda. Tomaban café con empanadas y consumían gallos de salchichón y mortadela. Por otro lado, Popeye siguió grabando y vendiendo espinacas y casets, tanto fue así que gastó las cabecillas del equipo. Creyó necesario ir donde Gollo y compró otro equipo de sonido mejor. No solo su negocio de espinacas mejoró notablemente sino que la venta de música se duplicó.
El equipo de sonido viejo estaba abandonado y de vez en cuando yo lo volvía a ver.
Un día, como de costumbre, apareció “el hijo de mama” en la soda y le pidió a Popeye un plato de espinacas con polvo ferroso y cuando me sentí fuerte, le dije con voz de hombre:
-¡Popeye!, ¡le compro el equipo!
Popeye contestó:
-Está bien. Deme veinticinco.
-Son suyos.
A la semana se los di y me llevé el empolvado aparato.
Desarmé el cajón, lo limpié, le cambié correas y cabecillas y empecé a grabar y grabar música, en especial la del famoso colombiano Julio Jaramillo.
***
Fue el día más largo, con 50 horas, como les dije.
No sabía si había amanecido o qué.
Me quedé en la cama oyendo la lluvia insistente golpear las láminas de zinc. Me volví a dormir y seguía lloviendo. El reloj iba lento y en las calles nadie pasaba ni siquiera Yajaira, la perra cuyo trabajo diario era perseguir frijoles en cualquier desagüe.
Tampoco sabía si estaba dormido o despierto.
El teléfono enmudeció y me sentí solo.
A como pude me levanté, herví agua y chorreé café. Su aroma me despabiló el apetito y coloqué el comal en la plantilla de gas. Tomé el encendedor, lo raspé, le di vuelta a la perilla de la cocina y dos huevos picados, tortillas y pinto fueron mi desayuno. Me volví a acostar. Me volví a dormir. Me volví a levantar. Volví a comer y nada más: Juana allí, mojada, embarrialada, necia, testaruda, no se iba y todo el mundo en su casa y yo en la mía y… ¡por Dios!, ¿qué invento? Miraba el reloj: ahora iba mucho más lento, ¡desesperante!
En la olla no había espinacas, menos polvo ferroso. Llovía y las agujas del reloj quietas. Tronaba y comía sin hambre, más bien empanzado. Tenía dolor de espalda: la cama era dura. Me levanté, fui donde estaba el equipo Sony y escuché música. Al rato me aburrí. Lo apagué. Tomé un libro y leí, luego lo cerré. Saqué un cuaderno y me puse a escribir poemas. Tuve un espacio de silencio y en ese instante escuché a Juana. Me percaté que decía poemas. Preciosos versos que declamaba con naturalidad y quise unirme, ¡era la gran idea! ¡Hacerme amigo de Juana! Y… ¿por qué no grabar su voz?
Salí al frente de la casa y vi a Juana en toda su amplitud de caderas: ¡gorda! Y le dije:
-¡Sí…! Estás gordita, pero me gusta verte llorar y sacudir. Gordis: ¡Declamas muy bien! ¿Me dejas grabar tus poemas?-, y con un gran trueno me respondió:
-¿Por qué yo sola?
-!Está bien! ¡Está bien!, lo hacemos a dúo.
-¡No!-, agregó-, necesitamos música.
-¿A quién prefieres?
-¿Quién está tocando piano en la sala?
-Richard Clayderman.
-Está bien.
Introduje un caset limpio a un lado y en la otra casetera estaba Clayderman. Mi mano derecha sostenía un micrófono y la izquierda, un cuaderno abierto con poemas. Al fondo Juana, con su voz de lluvia, vientos y truenos.
Francamente no sé qué hubiera hecho si Juana no me hubiera ayudado. Las pausas, el volumen y la corrección se convertían en un gran problema y Juana, además de ayudarme con esos detalles, hizo sentirme feliz. No me acordé más del polvo ferroso. Las horas transcurrieron y la poesía y la música del trío quedó en el caset.
***
Cerca de mi casa, en Barrio Valverde, vivía Carlos Quirós. Transcurría los primeros años del nuevo milenio y la moda era tener computadora.
Carlitos estrenaba un chuzo y le había instalado un programa que pasaba música de casets a cds y ese era su pasatiempo: buscar casets con la música más vieja para grabarla en discos.
Un día llegó a mi casa y se puso a desempolvar cintas. Esculcó docenas y docenas de casets hasta que uno le llamó la atención.
-Y este… ¿qué tiene grabado?, preguntó.
-Poemas-, le dije.
-¿De quién?
-De Juana y míos, con fondo de Clayderman.
Se llevó el caset, lo terminó de desempolvar y le aplicó el programa. La voz de la pareja y el piano de Clayderman quedaron grabados en un C.D.
El equipo todavía lo conservo y Juana aún está al fondo del piano.
Sábado 3 de noviembre del 2007-
4.15 a.m.
Casa de Barrio Valverde
Pérez Zeledón
4.15 a.m.
Casa de Barrio Valverde
Pérez Zeledón
Costa Rica
(1) Las declamaciones (audio), que aparecen en este blog, son parte de la poesía declamada que está en el C.D.
(1) Las declamaciones (audio), que aparecen en este blog, son parte de la poesía declamada que está en el C.D.
(2)Juana, en este caso se refiere al Huracán Juana que empezó a formarse como tormenta tropical el 10 de octubre de 1988 al este de las Guyanas, América del Sur. Atravesó una pequeña península al norte de Colombia llamada La Guajira y por ahí del 17 y 18 de setiembre tomó rumbo suroeste, directo a las costas de Limón en Costa Rica.
En ese momento fue que tomó categoría de huracán con vientos de hasta 120 kilómetros por hora que fueron aumentando poco a poco. El 19 de octubre ya era un huracán de categoría 3, con vientos de hasta 175 kilómetros por hora y siempre con rumbo a Costa Rica. Luego la ruta de este huracán tomó un cambio muy curioso. El 20 de octubre como que se detuvo en frente de las costas de Panamá y Costa Rica, hizo un extraño giro, y reanudó su movimiento con rumbo al noreste, más bien hacia las costas de Nicaragua.
E! 22 de octubre entró a tierra cerca de Bluefields, Nicaragua, con categoría 4 y con vientos de hasta 200 kilómetros por hora. Atravesó rápidamente el territorio nicaragüense, disminuyendo su fuerza en cuestión de horas.
Para el 23 de octubre sus vientos eran de apenas 80 kilómetros por hora, ya como tormenta tropical. Sin embargo, al llegar al Océano Pacífico, la tormenta tropical volvió a tomar fuerza y se le cambió su nombre a Miriam. Tomó rumbo al norte frente a las costas de El salvador y Guatemala, y fue a disiparse por completo al sur de México.
Este huracán produjo serios daños en Nicaragua, sobre todo en pueblos costeros donde el huracán entró con fuerza como es el caso de Bluefields. En total, en todo el territorio nicaragüense, más de 300 mil personas tuvieron que ser evacuadas. De estas, unas 230 personas perdieron sus viviendas y todas sus pertenencias, debido a la crecida de los ríos y a los fuertes vientos. Además afectó a varias zonas de Costa Rica, con fuertes vientos y lluvias que duraron varios días, tanto al norte de la costa atlántica como en toda la costa Pacífica en donde se sintieron los afectos indirectos de este huracán.
En ese momento fue que tomó categoría de huracán con vientos de hasta 120 kilómetros por hora que fueron aumentando poco a poco. El 19 de octubre ya era un huracán de categoría 3, con vientos de hasta 175 kilómetros por hora y siempre con rumbo a Costa Rica. Luego la ruta de este huracán tomó un cambio muy curioso. El 20 de octubre como que se detuvo en frente de las costas de Panamá y Costa Rica, hizo un extraño giro, y reanudó su movimiento con rumbo al noreste, más bien hacia las costas de Nicaragua.
E! 22 de octubre entró a tierra cerca de Bluefields, Nicaragua, con categoría 4 y con vientos de hasta 200 kilómetros por hora. Atravesó rápidamente el territorio nicaragüense, disminuyendo su fuerza en cuestión de horas.
Para el 23 de octubre sus vientos eran de apenas 80 kilómetros por hora, ya como tormenta tropical. Sin embargo, al llegar al Océano Pacífico, la tormenta tropical volvió a tomar fuerza y se le cambió su nombre a Miriam. Tomó rumbo al norte frente a las costas de El salvador y Guatemala, y fue a disiparse por completo al sur de México.
Este huracán produjo serios daños en Nicaragua, sobre todo en pueblos costeros donde el huracán entró con fuerza como es el caso de Bluefields. En total, en todo el territorio nicaragüense, más de 300 mil personas tuvieron que ser evacuadas. De estas, unas 230 personas perdieron sus viviendas y todas sus pertenencias, debido a la crecida de los ríos y a los fuertes vientos. Además afectó a varias zonas de Costa Rica, con fuertes vientos y lluvias que duraron varios días, tanto al norte de la costa atlántica como en toda la costa Pacífica en donde se sintieron los afectos indirectos de este huracán.
En cuanto al C.D. aún hay copias.
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