sábado, 5 de febrero de 2011

La primera colonización




LA PRIMERA COLONIZACIÓN

A-INDÍGENAS


1-LA PIEDRA DE CONVENTO


Y Sibú dijo:
“Dejaré la Piedra de Convento
para que los hombres
duerman en ella.

Para que conozcan la tierra extensa
y el río extenso
y los cantos del curré.

Todos los secretos de los dioses
quedarán protegidos en sus entrañas
y ni los vientos
ni la lluvia
ni la mano destructora del tiempo
podrá arrancar el embrujo
oculto en su interior”.


Y así fue.



¿QUIÉN REGALÓ EL TERRENO DEL PARQUE?


Por Marcos Valverde

Don Mercedes Valverde, nativo de Santa María de Dota, se trasladó junto con su familia a El General a principios del siglo pasado.

Su esposa, Luisa Fallas, agradeció a Dios el que don Mercedes decidiera comprar el terreno ubicado a orillas del río San Isidro*, así dejarían de rodar.
Construyeron un rancho con buen tabanco y alrededor de la vivienda, sembraron yucas, plátanos, maíz y frijoles.

Ante gestiones de misioneros y vecinos del lugar (incluyendo a Rubén Valverde, hijo de don Mercedes), el señor Valverde decidió regalar el terreno de la iglesia (hermita), donde poco tiempo después empezaron a construir el templo.

Solicitaron también el terreno que estaba al frente de la hermita para construir la cancha de fútbol. Querían hacer partidos los domingos y mejengas en las tardes. Don Mercedes Valverde estuvo de acuerdo y cobró 50 colones. Los encargados de esa gestión aceptaron y don Mercedes Valverde entregó el terreno con la condición de que le serían pagados los cincuenta colones dentro de un año. Pasó el año y mucho tiempo más y nadie le pagó. Fue cuando Mercedes Valverde dijo:

-¡Idiay! ¡Esos chollados no me pagaron! ¡Qué se va a hacer!, ¡también la regalo!- Y allí paró el asunto.

Información dada por:
Edelberto Barrantes
Carmen Valverde
Ramiro madriz
Trino montero
Abixelí Guillén
Juan Rafael Valverde
y tomada del libro de Estudios Sociales 2°,
autora: Evelia Fuentes, Editorial Norma.
(Existen versiones con pequeñas variantes pero coincidentes)


*Esos terrenos estaban ubicados en la parte sur de la picada, al frente de lo que después fuera el cine Fallas, frente al actual parque. Primero eran de Napoleón Barrantes (extensión de ciento cincuenta manzanas) y luego vendida a don Mercedes en la suma de ochocientos colones.(Datos tomados del libro “Orígenes de la Diócesis de San Isidro de El General” pág.561.


Foto 1- La primera hermita que hubo en El General. Al lado aparece la Casa Cural. Año....



Foto 2- La primera escuela en El General, de teja y bahareque. Año.......¿Quién era la maestra?


Nuestra iglesia de lata, teatros y caimitos.


(Fragmento)


La iglesia anterior a la actual catedral, de paredes de lata color ocre con dos torres y dos campanarios, olía permanentemente a incienso. Sus campanas con frecuencia llamaban a la gente y competían con la sirena del “finado” Teatro General.
Doña Paulina, la dueña del teatro, estaba orgullosa de su obra. Lo había construido con cedro amargo, madera que al ser tan amarga, no era apetecida por comején ni polilla. Tenía una buena galería y, al frente del edificio, una semi-torre donde colocó la sirena para despertar e invitar a ver películas de Tarzán.
El Radio Teatro de los sábados era especial y Sopas, su animador, se había ganado este mote debido a la forma en que transmitía los anuncios de la radioemisora “La Voz de El General”. Su verdadero nombre era don Rodrigo Esquivel, usado solo en momentos formales.

Una de las casas patrocinadoras lo fue Relojería Suso Mora y desde que Don Rodrigo pasaba su anuncio, las ventas de relojes se duplicó y entabló la moda en este valle de andar con reloj. Sopas decía: “si se le para en media calle, no se preocupe, vaya a relojería Suso Mora donde le arreglan su reloj en un momento”.
La gente se animaba con el concurso del chompipe y corría a media noche a buscar ese animal para presentarlo de primero en la velada y así ganarse una coca cola. El público se desbandaba y hacía una presa en la puerta de salida. Su carrera y pasos agitados sonaban como hato desbocado en el piso de cedro amargo donde más de una tabla resultaba dañada y donde las maldiciones de Tulio, el hijo menor de doña Nina, se oían más fuertes que la misma sirena, alegando que su madre lo obligaba a hacer las reparaciones y nunca le pagaba.
Debido a su demanda, los chompipes escasearon. Era la media noche y la gente los buscaba. Los ladridos de los perros hacían desvelar al resto de la gente y, en su alegato, expresaron el ya no tener pavo ni para la sopa pues los buscadores de esas aves no escatimaban si el gallinero era propio o ajeno.
Las quejas las establecieron contra don Rodrigo al ser el instigador del robo y por rumorearse que en su casa siempre había sustancia de ese animal. El número de acusaciones aumentó y los perros dejaron de aullar.


(Continúa)






Foto 1- Al centro aparece la iglesia de latón pintada de rojo ocre con su dos campanarios. A la derecha está la Casa Cural, donde vivía el Padre León Matrath. A la izquierda se puede observar el "galerón del turno" y entre este y la iglesia aparece el "palo de caimito". Se dice que la bestia era la del Padre León con la que iba a hacer sus giras por los diferentes lugares de la zona. Y casi imperceptible, a la derecha, el tronco de un "llama del bosque" a la orilla de la plaza donde los muchachos mejenguiaban.














Foto 2-Este es el Teatro General por dentro, hecho en cedro amargo para evitar el comején, repleto de gente hasta en la gradería. Es la noche de un sábado cualquiera y el Radio Teatro está animado por don Rodrigo Esquivel. Transcurre la década del 6O y el concurso del chompipe ya casi empieza.






Foto 3- El Teatro General, la tarde de un domingo, los chiquillos con ganas de ver un matiné.






Foto 4- El Teatro Fallas, frente al parque de San Isidro de El General, Pérez Zeledón (1955). En la esquina inferior izquierda de la foto está la venta de granizados de "Chingolo" y en la esquina inferior derecha se observa el quiosco de Beto Badilla, con su único diente al frente de su boca y dos colmillos en la parte superior. Aquí se fraguaban las mejores mentiras del pueblo con toda clase de noticias un tanto alteradas y se vendían los más deliciosos papines colorados.

Las noticias se iban del quiosco a la cantina La Tormenta, propiedad de don Beto (actual Centro Comercial La Tormenta).




La Piedra de Convento



“Son las seis de la tarde y corremos a prisa con bolsas y valijas hacia el bus. Es el año 2012 y la capital luce tranquila. Vamos a cruzar el Cerro de la Muerte y luego, más allá. La partida está dispuesta, tomamos asiento y el bus se enrumba hacia el sur”.
Si lo anterior hubiese sido descrito a finales del siglo antepasado o a principios del pasado, se lo hubiéramos otorgado a Julio Verne, dado que, en esos tiempos, para viajar de San José a Cartago se debía hacer en carreta, a caballo o a pie. Lo mismo en Santa María de Dota donde, señalando hacia el sur, se interponía lo que después fue llamado el Cerro de La Muerte, como recordatorio a las personas muertas en ese cerro acosadas por el frío y el tigre.
Eran rutas casi imposibles de transitar siendo simples picadas incluyendo las hechas por la cima del Cerro de la Muerte.
Unos entraban de sur a norte por el Camino de Mulas; otros, principalmente indígenas, navegaban por el río Térraba y otros, estando en Copey de Dota, se desviaban al oeste, hacia la costa.
En la Quebrada de los Chanchos (después llamado El General), se usaba el camino de La Laja para ir a la costa, mientras, los que estaban en San José, se trasladaban a pie o a caballo hacia Puntarenas; las carretas repiqueteaban sus bocinas día y noche, en fila india y con paciencia de buen boyero, iban llegando días más tarde al puerto. Los que iban hacia el sur tomaban el lanchón de cabotaje rumbo a Quepos y Uvita hasta llegar a la desembocadura del río Térraba, luego río arriba hasta llegar a El Pozo, hoy Ciudad Cortés.
A partir de allí, se usaban los botes de ceibo barrigón labrados por los indígenas. Transportaban mercadería y gente desde El Pozo hasta El Lagarto, atracadero fluvial de la zona (este nombre aún se conserva). Dejaban el bote y seguían cuesta arriba, a pie o a caballo y así alcanzar la iglesia de Boruca, pueblo de misioneros españoles y alemanes y de indígenas sumisos, donde se enseñaba la doctrina católica.
Se rezaba el rosario, se descansaba una noche y al día siguiente los viajantes tenían que llegar a Hato Viejo (actual Buenos Aires). La noche era corta y al otro día, se catequizaba, se impartían bautizos y se casaban las parejas. Luego, en la madrugada, se tomaba de nuevo el camino, esta vez a La Quebrada de los Chanchos (llamado años después El General), trayecto largo y difícil que demandaba dos días para llegar. A mitad del trayecto, donde se pernoctaba, como una bendición de Dios, aparecía la Piedra de Convento, gruta que abría su vientre y protegía de aguaceros y animales peligrosos.
Allí, en su cavidad, durmió el historiador Henry Pittier, los misioneros León Mathrat, José Breiderhoff, el doctor Bernardo Augusto Thiel y muchas personalidades más como historiadores, políticos, religiosos y profesores que encontraban en esa caverna su único refugio.
El primer informe data de 1868 cuando Pedro Calderón, insistiendo terminar su picada y estando en la zona de Convento, fue invitado por un indígena a dormir en la cueva de esa piedra.
Esta roca es un “monolito inmenso de unos ocho metros de altura”, “debajo de ella un vacío espacioso proporciona abrigo seguro al pasajero”, según la describe el historiador Henry Pittier en 1891 (pág. 249 del libro Orígenes de la Diócesis de San Isidro de El General del generaleño Claudio Barrantes).
Al esculcar las descripciones hechas por monseñor Thiel, el presbítero Alfredo Hidalgo Solano y el mismo Pittier, me formulé la hipótesis de que esta piedra debía estar en el lugar descrito pues su volumen era demasiado como para desaparecer. Totalmente convencido, a partir del 12 de noviembre del 2004, me di a la tarea de buscarla.
La zona comprendía ambas riberas del río Convento, territorio colindante con Pérez Zeledón por un lado y por el otro con el cantón de Buenos Aires, provincia de Puntarenas sobre la carretera interamericana.
Hice varios recorridos sin resultado alguno. Los vecinos que vivían en un radio de cinco kilómetros del puente del río Convento, fueron entrevistados y ninguno sabía del tema.
Cada intento cumplido, lo informaba a mis llegados, incluyendo la prensa.

***

La siguiente búsqueda fue el domingo 6 de febrero del 2005.
A las seis de la mañana ya iba de camino. Esta vez me acompañarían Isaías Mora y Graciliano Beita Ureña; al primero, un policía pensionado, lo recogería en Las Juntas de Pacuar ; al segundo creí necesario llevarlo como baqueano conocedor de la zona. El señor Beita, según nos comentó, sabía de “una piedra muy grande y de una caverna que en décadas pasadas, al andar en cacería, había visitado”.
Para mí, el saber que Graciliano conocía una gran roca, significó una esperanza.
Ya de camino, entre piedras, sotos y montañas, nos dimos cuenta que nuestro baqueano recordaba únicamente la dirección, no la ubicación exacta de la roca.
Caminamos horas y horas rumbo Este y al ser medio día, después de muchos intentos fallidos y casi dispuestos a desistir, dimos con ella(2). Entre sonrisas y muestras de regocijo, ingresamos a la cavidad. Se percibía misteriosa, con mil secretos e historias guardadas y sentí que mi piel se erizaba al imaginar a Henry Pittier junto a Pedro Pérez Zeledón y muchos personajes más que recorrieron esa ruta, descansando allí.
La Piedra de convento estaba ubicada (y está) en la margen del Río Convento, lado del distrito de Cordoncillo, Buenos Aires. El pueblo más cercano es La Colonia de San Pedro al lado de Pérez Zeledón.
Al rato abrimos las mochilas y comimos los almuerzos envueltos en hojas soasadas que llevábamos y nuestras mentes volaron en el tiempo, mezclando datos e historias difusas adheridas a las paredes de la roca (3).


(1)Documento relacionado con el tema fue publicado en el periódico LA ESTRELLA DEL SUR, Edición Nº 452 de la primera quincena de mayo del 2007.
(2)Este hallazgo histórico está legalmente inscrito en el Registro de la Propiedad.
(3)Los comentarios acompañados de fotografías se difundieron haciendo del sitio un lugar atractivo a visitar. En internet lo consigues con solo escribir LA PIEDRA DE CONVENTO.
Hay otras dos piedras importantes y dignas de reconocer y visitar: la “Piedra Mano de Tigre”y “La Dibujada” ambas en el cantón de Buenos Aires, Costa Rica. La primera requiere protección, la segunda está protegida.




Esta es la roca de la Piedra de Convento con su formación de gruta, único refugio para los viajantes de esos tiempos.



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