sábado, 4 de septiembre de 2010

Las tenis (fijación mental)

LAS TENIS
(Fijación mental)

(FRAGMENTO)

Alguna fijación mental había sufrido en mi niñez. Aquella idea obsesiva, había hecho nido y ahora, cuando pasaba por una tienda, pelaba bien los ojos para ver si aparecían las que yo quería. Por eso, años después, cuando se hizo frecuente el encontrarse con turistas en el parque, especialmente gringos, abría más mis ojos porque de vez en cuando aparecía alguno con un par bastante cercano a las que yo quería.

¡Claro que las tenía idealizadas!, es más, las visualizaba: eran bajas, de color oscuro (cafés, azul, o rojo o casi negro), de ojetes bien grandes, de lona gruesa, con cordones largos y anchos, una lengua larga, hule alrededor de ellas con dos rayas dándole la vuelta y la punta forrada en hule. Tenían que ser acolchadas, suaves y bien olorosas a nuevo. De marca sin exigir (ninguna en particular). Así tenían que ser o si no, no las quería.

Por eso cuando las vi en la vitrina de aquel almacén en la fron, se me fueron los ojos y tuve la certeza y decisión que tenían que ser mías. Eran café oscuro, de ojetes bien grandes, de lona súper gruesa, de lengua que pasaba los tobillos… en fin… ¡exactas!

Entré a la tienda y pregunté por ellas. Me dijeron que eran de marca Caterpillar, de primera calidad, que estaban recién llegadas y que valían…

Cuando me dijeron el precio, sufrí un patatús y una de las más grandes frustraciones. El dinero que tenía en mi bolsillo no alcanzaba para nada, menos para mis gastos y las tenis. Pero estaba enamorado y lo que hice fue apuntar el nombre del negocio y regresar a mi pueblo con la obsesión más arraigada y más profunda que antes, dispuesto a recorrer cuantas veces fuera necesario los casi trescientos kilómetros que separaban a San Isidro de Paso Canoas.



(Continúa)

Nosotros, la familia.




Nosotros, la familia(1).


(fragmento)




A Fidel y Nenita, por el abrigo de sus manos.
A Daniel, por ser amigo de mis amigos.




Mi esposa se llama Cecilia y no Chila, decía Chispa, el yerno de Quino Chávez y de Yeca, pero cuando alguien le dice Chila, me pongo güevón y si tengo que pelear, peleo. Así era don Alejandro Gómez nacido en San Rafael de Poás a principios del siglo pasado. Él tenía un fusil de chispas que cargaba con vaqueta. Encendía el puro, le arrimaba la chispa a la mecha, daba mira y ¡pa! ¡pa! ¡pa!, tiro tras tiro caían los saínos a sus pies. De sus hijos, ocho eran hombres y cuatro mujeres, quince en total contando los muertos.


Gerardo, representante de los Tapagüecos, trabajaba con la compañía Foster Williams. El gobierno de los Estados Unidos y el de Costa Rica construían el aún famoso puente que une a Palmar Norte con Palmar Sur y todos mis hermanos, inclusive yo, trabajábamos allí. Por eso nuestro segundo sobrenombre era Tapagüecos. Nos decían así porque cuando construíamos los cimientes de los bastiones chorreados con polvo de piedra y cemento, aparecían bolsas de aire que al despegar las formaletas, eran huecos que teníamos que rellenar y pulir con cemento. De allí el sobrenombre de Tapagüecos. ¡Tapagüecos!, nos gritaban cuando queríamos conquistar una güila. Y agregaban: ¡Muchacha! ¡Muchacha! ¡No le haga caso! ¡Es solo un Tapagüecos! Y soltaban la risa. Por eso hice la promesa de conquistar a Nenita, la que años después resultara ser mi esposa, oriunda de San Rafael de Poás, igual que los Tapagüecos donde ninguno de esos majaderos pudiera llegar.


Santiago, mi otro hermano, nunca se bañaba. Era como María del Milagro París en sentido contrario. Alfonso, David, Lorenzo, Leonardo, Abelardo y Fidel, quien les habla, era la familia de los Tapagüecos. Mis hermanas todas se casaron. A Felícitas le decíamos Fita. Alicia era la esposa de La Segua, Emilia la de don Guás y Matilde, esposa de Guaba Seca.


(Continúa



(1)Hace unos días pude ver por televisión un documental donde los partícipes se hacían la pregunta de si era mejor los tiempos de antes que los de ahora (finales del siglo antepasado y principios del pasado), partiendo de la familia, y en ambas posiciones disertaron más de una razón. En esta narrativa el escritor se mete dentro de una familia tradicional antigua, clase baja-media y esculca los más íntimos detalles. Después de leer este trabajo, creo yo, se puede contestar la pregunta anterior con un poco más de propiedad.


(2)Ñervo: cartílago que cuando se hierve toma un aspecto gelatinoso. El ñervo pegado a los huesos se llama jarrete. El campesino lo degusta en sopa a la que el jarrete espesa y le da un sabor especial.






Curación y extracción de los dientes cerca del Volcán Poás



Yo crecí cerca del Volcán Poás. Los domingos íbamos al cráter y llevábamos una botella de vidrio cada uno. Bajábamos hasta la laguna azufrada y la llenábamos con agua para curarnos los dientes.
Al llegar a la casa el agua se dividía en dos: abajo azufre y barro cenizo. Arriba agua oscura y barrosa, verduzca y amarillenta. Esa agua la apartábamos y en la noche, con un algodón o un trapillo lleno de ese caldo, se ponía en la muela mala que de inmediato se adormecía y se aliviaba.
A los días la muela inflamada se ponía negra y se aflojaba. Tomábamos una tenaza y la terminábamos de aflojar hasta arrancarla.
Había gente que se enjuagaba la boca con el agua azufrada durante cuatro o cinco días y al mes se le veía estrenar planchas de dientes con palomillas y coronas de oro.



Este es Fidel Gómez y Nenita en el corredor trasero de su casa donde las tardes se pasan envueltas en historias.




Sin lámparas, podían distinguir el camino a media noche.


Era media noche. No había lámparas ni luna. Solo se percibía una escasa claridad hacia arriba, hacia el cielo. El callejón y los árboles habían desaparecido bajo la tinta negra y espesa que, inclusive, no dejaba apreciar mis manos.
Di media vuelta, es decir, quedé para atrás. Me agaché con los pies separados y pude distinguir al frente, colocando mi cabeza entre las piernas. Así la oscuridad se disipaba y conseguía ver unos doscientos metros adelante(1). Yo quería ubicar la dirección de la calle, percatarme del guindo y advertir la presencia de Juan, el muchacho que tenía la costumbre de esconderse y asustar.
Me cubrí con la manta negra, caminé hacia él y lo abracé fuerte.
Semanas después, en la noche, me agachaba. Veía entre las piernas y nunca más pude localizar a Juan.


(1)Era costumbre de los muchachos campesinos, cuando iban a ver la novia o después del baile del turno, en noches muy oscuras, agacharse y ver entre las piernas. Aseguraban poder distinguir con claridad a unos doscientos o trescientos metros de distancia.




a

Rafa y Mambo

RAFA Y MAMBO
(Fragmento)





Rafa y Mambo no se conocían, jamás se imaginaban lo que 15 años después iba a ocurrir. Aunque uno nació en Orotina y el otro en Cañas de Guanacaste, desde que nacieron hubo una similitud en sus vidas, por ejemplo, a ninguno de los dos los echaron de sus casas, sino que ellos decidieron irse por el espíritu aventurero que tenían y por el maltrato y abuso en el trabajo, sin paga alguna, decían ellos.

Un día cogieron la alforjilla, la llenaron de chuicas viejos y dijeron ¡me voy! ¡Y se fueron!, uno para Limón y otro para el sur, a conchar banano, allá por los años 40, cuando cada quincena había uno o dos muertos por el machete de alguien que abría camino en la cabeza de algún conchero. Eso era normal en Coto 47 o en Batán donde la United Fruit Company o la Standar Fruit Company pagaban peonadas para conquistar esas zonas y así derrotar la malaria, las serpientes y la fiebre amarilla a costas de sus vidas. Cuando llegaba el fin de semana, decenas de peones iban a los puteros y tomaban hasta embrutecer. La macheta aparecía ante cualquier insulto o algo que simulara ofensivo. Solo el deseo de tantear al coco del pueblo hacía relucir la chafirra o los vergazos.


(Continúa)

Autobiografía extensa




Autobiografía extensa



Introducción

Siempre tuve ganas de haberlos conocido. Por eso he dedicado mucho de mi tiempo a indagar detalles de sus vidas.

Solamente conocí a Mamita. A los otros tres abuelitos nunca los pude ver, murieron antes  que yo naciera.

Mis padres ya también murieron y cuando ellos  estaban vivos,  me contaban historias, durante horas, sentados en el escaño del corredor o comiendo en la cocina deliciosas tortillas de maíz amarillo que mi madre  junto con Zulay, mi hermana “chineadora”, palmeaban y doraban al calor de las brasas.  

Fue cuando  empezó mi mente a fraguar  historias y en 1995 dan su fruto al salir escritas estas leyendas en el libro “Narraciones Generaleñas” y que debido a la gran acogida, ocho años después, sale  la segunda publicación a manera de Edición Especial  agregándole fotos antiguas y comentarios extras.


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Familia Valverde Fallas
Mercedes Valverde (u.ap.) y Luisa Fallas Mora

Mis abuelos, Mercedes Valverde (u.ap.) y Luisa Fallas Mora, se casaron en 1886 en Santa María de Dota y procrearon 8 hijos.

En  ese tiempo, existía en esa zona, incluyendo San Marcos, San Pablo, Aserrí, Desamparados, San Ignacio de Acosta y Puriscal, principalmente, una “sed de oro” como la que se dio en los Estados Unidos  en el famoso Oeste. En nuestro caso no fue oro ni hacia el oeste, sino  hacia el  sur del país motivado por un valle paradisíaco separado de la zona central  por el Cerro de la Muerte a modo de gigantesca muralla, cuyo nombre era ya, de por sí, un atrevido reto.
Este valle, el Valle de El General,  estaba repleto de  anécdotas, leyendas y canciones que la misma gente inventaba y recopilaba en forma oral como parte de su folklore, impresionando al espíritu, basadas en la imaginación y en la realidad de un suelo  fértil y bello como el que era y aún es.  Metáforas, símiles, coplas e hipérboles como la de la yuca que fue sembrada al otro lado del río San Isidro, atrás del  actual Liceo Unesco y que  atravesó el cauce sirviendo de puente. La exageración no terminó allí pues la yuca siguió creciendo  y pasó al  frente de la Escuela 12 de Marzo  yendo  la puntilla a dar detrás  del altar de la iglesia (actual catedral. Ver “Narraciones Generaleñas”).
           
             Ante semejantes  historias, ¿cómo se iban a quedar  en Santa María? ¡Por Dios! ¡Tenían que venir a conocer esas yucas!  Y se vinieron.
             
             Al finalizar  1916, la familia Valverde Fallas decide aventurarse y cruzar el Cerro de la Muerte.  Se afincaron en  El Valle de El General conocido en ese tiempo como La Quebrada de los Chanchos.  Le compran a  Napoleón Barrantes Retana en mil colones el terreno que  este señor Barrantes tenía  ubicada  del río San Isidro hacia el oeste,  abarcando  el centro de lo que es hoy la ciudad de San Isidro de El General.

En los años siguientes otras familias siguieron inmigrando  al Valle de El General y creció  la población. Se hizo necesaria una iglesia y una cancha de fútbol.  Por eso,  cuando los vecinos se reunieron para planear la construcción de la iglesia, o ermita más bien,  los vecinos deciden  hablar con Mercedes Valverde ya que su finca era la  más apropiada para tal fin.  Mi abuelo, al ver  lo importante de la idea,  decide regalar “la manzana” de terreno  para la iglesia (actual  catedral) y    la “otra manzana”, la de la plaza de fútbol (actual parque),  se las  vende en cincuenta colones, dinero que en ese momento no podían pagar   por lo que le piden tiempo.  Mi abuelo acepta  el trato pero transcurren  los años  y  nunca  le cancelan.   Don Mercedes,  al  ver la situación y al comprender que era para una necesidad del pueblo,  dijo resignado:

               “¡Carajo!, ¡esos chollados no me pagaron! Pero… idiay!, ¡también la regalo!”




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                                                                 Juan Rafael Valverde



Juan Rafael Valverde Fallas


A Juan Rafael Valverde le decían Juanra y era mi papá.

Hijo de Mercedes Valverde (u.ap.) y de Luisa Fallas Mora. Nació en 1904 en Santa María de Dota.  Rubén, Juan, Gonzalo, José, Cristóbal, Carmen, María, Rosa y Antonia eran sus hermanos (as), todos (as)  marienses.  

 Cuando Juan Rafael tenía seis años, para el terremoto de Cartago (1910), entró a  la escuela y de allí no pasó. Fue suficiente ese corto tiempo  porque en las aulas  conoció a mamá. Hubo ojitos y sonrisas, sonrisas que de allí no pasaron. A la edad de 12 años (1916) y sin tomarle parecer a él, se lo trajeron  a pie, junto a sus tres hermanas y seis hermanos,  por el Cerro de la Muerte, con sacos cargados de chunches y trillos rodeados de guindos.

En este cerro, debido a las bajas temperaturas, la ausencia de caminos, la escases de alimentos y medicinas, la falta de vecinos que ayudaran y los muchos animales salvajes que habitaban la zona, hubo muchas personas fallecidas. Estos detalles le dieron  nombre al cerro.  Sin embargo los inmigrantes siguieron pasando.

Mis tíos durmieron  en los tres refugios del cerro. En el de Ojo de Agua, cerca del actual Restaurante Chespiritos, vieron morir un niño.  Compartieron el refugio de la cima del cerro  con un señor moribundo y en el de División pernoctaron con arreas de chanchos. 

Papá recorrió el Camino de Mulas y arreó ganado. Durmió en la Piedra de Convento y, estando él en vida,  me contó que allí, en esa piedra,  fue mordido por una  terciopelo enredada en el saco de dormir en su pie derecho, en el mismo donde años después  recibiera un balazo por dificultades con un panameño.

La cicatriz de la mordedura de la serpiente estaba en el muslo y la del balazo en el tobillo.

Al percatarse de la gravedad de la mordedura, inmediatamente saco su puñal y cortó su piel, profundo,  sacando el veneno, al estilo Rambo.

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La descripción que él (mi papá) me hizo de la Piedra de Convento,  quedó gravada en mi mente y a principios del 2004, cuando estuvo en mis manos el libro La Diócesis de San Isidro de El General del historiador generaleño Claudio Barrantes,  y al deducir  que por su tamaño no era posible, bajo ninguna circunstancia, su desaparición, me di a la tarea de localizarla. Al principio fue un poco difícil, porque yo la buscaba como una reliquia histórica, algo majestuoso y sagrado.  La gente nunca  supo dar razones  de tal tesoro debido a su desconocimiento histórico, pero cuando empecé a buscarla como una piedra  cualquiera, con una cavidad en la parte inferior a manera de gruta, vecinos y monteadores, algunos casi  ancianos,  aceptaron haber estado allí  o por lo menos haber pasado por ese sitio en algún momento. Y no fue sino hasta el  domingo  6 de febrero del 2005, acompañado de Isaías Mora como ayudante y  Graciliano Beita como baqueano,  que dimos con La Piedra de Convento.

Este hecho histórico está  legalmente inscrito en el Registro de la Propiedad.


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En total Papá tenía cuatro cicatrices. La más grande era la del balazo que le propinó el panameño.

Poco  antes de casarse, siendo aún un muchacho, tuvo que ser policía durante unos meses. El policía oficial se había ausentado y papá quedó como encargado interino.

En ese tiempo, la llanada de lo que es hoy Barrio Morazán, pertenecía a Claris Monge, mariense radicado en El General y  afincado en ese lugar.  Su terreno colindaba al sur con la finca del  panameño  el cual tenía problemas por asuntos de linderos con el señor Monge a tal punto  que el panameño lo amenazó  de muerte. Como papá era el policía en ese momento, Claris lo buscó  y cuando papá llegó al rancho del panameño, desde el tabanco, el señor  apuntaló su guápil y  disparó dándole en el tobillo derecho. El panameño se perdió de la zona y Claris regresó a su tierra natal. Papá fue trasladado a  caballo hasta el Hospital San Juan de Dios, desangrándose a cada paso de la bestia y con la inflamación convirtiéndose en gangrena. Aún hoy se habla de La Cuesta del Panameño, al frente del actual Bar El Corral, lugar donde sucedieron estos  hechos.

La otra cicatriz, la de la mordedura de la terciopelo, estaba  en el muslo de la misma pierna.

La más pequeña de sus heridas fue un balazo que recibió  en la guerra del 48.  Yo estaba en brazos  (según cuentan), y papá  nos había trasladado de donde vivíamos  (actual Barrio Valverde), a una finca  en  Pacuarillo por considerar que allí era más seguro. Él  estaba con nosotros unos días y luego regresaba a  la finca.

Una vez, al ir llegando a la casa, le gritaron ¡alto!, ¿quién es usted?, y papá no contestó por lo que le dispararon y le pegaron un  chaspín en una de sus nalgas.

De la última cicatriz,  nunca supe la verdad de su origen.  Era la más visible ya que estaba en la mano derecha.  Unos dicen  que fue trabajando en la finca, otros afirman  que fue en una pelea. Pregunté más de una vez y nunca,  incluso conversando con él,  tuve una respuesta clara.

Papá  se casó en 1926 con Ofelia Monge Fallas (Lita), hija de Andrés Monge Guzmán y de Catalina Fallas, conocida como doña Nina.
Muere en 1990 a la edad de 86 años.






(2)Yendo del Liceo Unesco hacia Quebradas (San Isidro de EL General, Pérez Zeledón, Costa Rica), antes de llegar a Barrio Morazán, al frente de Bar El Corral, hay una bajadita pequeña, pronunciada y con curvas a la que aún hoy en día se le conoce como "La cuesta del panameño", nombre que obedece al incidente mencionado por ser el lugar exacto del suceso.





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Familia Monge Fallas

Andrés Monge Guzmán y Catalina Fallas Hernández (doña Nina).
Familia Monge se viene 1926

La familia Monge Fallas estaba compuesta por Andrés Monge  Guzmán y Catalina Fallas Hernández. Se casaron  en San Marcos de Tarrazú  y  sus hijos fueron Graciela (Chela), Julio, Rafaela (Fela, mi madrina), Ofelia (Lita, mi mamá), Félix, Marcelo, Agustina, Néstor, Efraín, Margarita y Rómulo.

Andrés Monge era el hijo menor de Cornelio Monge y primo de Claris Monge, líderes comunales en  Santa María de Dota   (en el parque de esta comunidad hay placas en honor a estos personajes).

La familia Monge Fallas,    (10)    6  años después de los Valverde Fallas (1922) (1926),  (papá se casó en 1926 ¿?)  también decide trasladarse a  la Quebrada de los Chanchos. Cruzan el Cerro de la Muerte y se establecen al lado este del río San Isidro, llanada que está al frente de las actuales oficinas de la Fuerza Pública (policía), incluyendo el  actual Barrio San Andrés, Gravilias , El Pocito y  Barrio España, extendiéndose hasta detrás del Liceo Unesco).  Es decir que entre la finca de Mercedes Valverde y la finca de Andrés Monge solo los separaba el río.

Mi abuela,  conocida como doña Nina, era Mamita para mí. Ella me daba huevos fritos  y hacía “olla de carne“ y llenaba  platos de amor. Buscaba un frasco de vidrio que tenía en el trinchante, escogía una peseta y me la daba. Aún la visualizo con su enagua larga y su delantal impecable. Fue la única abuelita que pude besar y abrazar,  aunque no por mucho tiempo,  porque ella murió aún siendo yo  niño.

 En 1930 ya tenían buenos cafetales y  caña de azúcar que molían en su trapiche. Fue en esos mismos cafetales donde mi tío  Néstor encontró a Talao,   niño indígena de la zona de Talamanca que se quejaba, lleno de gusanos, solo y  recostado a una mata de banano. Néstor lo escuchó, llamó a su papá y al ver aquel cuadro, lo curaron y lo dejaron viviendo en su casa. Talao, que ya había absorbido toda la sabiduría de sus ancestros, se convirtió  con el pasar de los años, en sukia y no hubo generaleño y vecinos de otros lugares, que no vinieran, con gran fe,  a  buscar medicina a sus males  donde el indio Talao.








Familia Monge Fallas.
De pie, a la derecha, mi abuelito Andrés Monge (que no conocí, solo en fotos). Delante de él, con una niña en brazos, es mi abuelita Mamita, doña Catalina (doña Nina). Y a la izquierda, con un niño en brazos, mi mamá doña Ofelia (doña Lita). La niña es mi hermana mayor Analive. El resto de personas son tíos y tías de la misma familia Monge Fallas.










Ofelia Monge Fallas (doña Lita)



Mamá nació el 10 de noviembre de 1903 y   en 1910, para el terremoto de Cartago,  estaba en primer grado, conociéndose con papá, en la escuela central  de Santa María de Dota.
En 1926 se viene toda la familia para el valle de El General  y a finales de ese mismo año se casa con papá.

Primero  toman una finca en El Jilguero, luego otra en San Ramón  y al final, en setecientos  colones,  le compran a  Celestino Mora ……………. la finca en la cual permanecieron (permanecimos)  toda la vida, ubicada en lo que  es hoy Barrio Valverde  incluyendo  parte de Barrio Boston ,  Barrio San Luis, toda  Tierra Prometida,  yéndose hasta la calle de Pedregoso.

Analive, Miriam, Betty, Zulay, Clara, Carmen, Vilma,  Daisy y  quien escribe, Marcos, fuimos sus hijos. Es decir, fui el último y el único varón.

Mi madre supo entenderme. Ella, con sensibilidad de mujer campesina, captó  que yo no había nacido  solo para  trabajos de campo.  Cierto era que me gustaba  la finca y los animales pero  necesitaba algo más. 

Mamá vendió leche, huevos, frutas y cuanto pudo, para darme los estudios y hacerme profesional.  Mientras,  papá dobló su espalda día a día  en los trabajos rudos de su propiedad.

Ella  muere el 22 de febrero de l993.





Marcos Valverde


Mamá nunca me dijo Marcos, tampoco mis hermanas, mucho menos papá. Todos (as) ellos(as) me decían Tulio.

En la escuela y en el colegio solo me nombraban  Marco Tulio y  no fue sino  hasta en  la universidad que me empezaron a decir Marcos y  así  quedé.

Papá era un campesino y mi mamá también. Mis hermanas optaban por casarse y tener su familia, excepto dos de ellas, de las menores, una que obtuvo el bachiller y se dedicó a la locución. La otra,  Daisy,  se graduó como profesional. De último salí yo con aspiraciones al estudio y a esfuerzo mío y de mis padres, logré colmar  anhelos.

La lectura fue (y es)  una de mis pasiones y  estuvo bien apadrinada por el esposo de una de mis hermanas, Edelberto Barrantes , ferviente lector y asiduo coleccionador de libros, biblioteca en la cual yo me fundía.

Edelberto me impulsó escribir desde que estaba en la escuela pero al que considero mi  padrino en la escritura fue Francisco Zúñiga, escritor y director del Taller Literario El Café, década del 90.

A la edad de 5 años entré a la escuela como “oyente”  pues  no había kínder. Mi pupitre fue el primero de la fila del centro y doña Rita, mi maestra no me perdía ojo y yo tampoco a ella. Fui aprendiendo a leer y a escribir por lo que “La Niña” me aprobó el primer grado.
A los seis años obtuve el Diploma (Escuela 12 de Marzo de 1948). Cinco años después, en el Liceo Unesco, me gradué como Bachiller en Ciencias y Letras. Al año siguiente, aún sin cédula, me dieron plaza de maestro en la zona de Platanares, con la condición de que siguiera estudiando pedagogía. Así lo hice y tres años después me gradué. 

Transcurrieron dos años más y obtuve un  post-grado en el IFPM (Instituto Profesional del Magisterio). Continué en  la U.N.A. (Universidad Nacional Autónoma)  con Administración de la Educación. Más tarde, por razones de necesidad me dediqué a estudiar informática.

Desde la escuela tenía la costumbre de garabatear  poesías y ya en el colegio, estando en cuarto año, con la intensión de celebrar el Día de la Independencia, organizaron un concurso de poesía relacionado a la fecha.  Por supuesto que participé y gané el Primer Lugar. El día del Acto Cívico y entrega de los anunciados premios, fui invitado a subir al escenario. Yo tenía gran ilusión ya que me sentía poeta. Subí a la tarima y lo que me dieron fue una escusa: no tenían presupuesto para los premios y se comprometieron conseguirlo a la mayor brevedad posible.  Ese premio nunca apareció.

Me sentí decepcionado y no volví a escribir sino hasta doce años después cuando comprendí que el escribir no tenía nada que ver con ese reconocimiento.


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Me defino  “generaleño como el río General” (poema 18 del libro “La Noche Voluntaria del Caracol” publicado en 1991). Generaleño de pura cepa, aunque, cuando aprobé el bachillerato, me pidieron una Constancia de Nacimiento como requisito para inscribirlo. Mamá y papá fueron a la Casa Cural y no aparecí por ningún lado, menos en el Registro Civil.  Un abogado amigo de la familia hizo las gestiones y logramos que me inscribieran. Al tiempo, cuando cumplí 18 años, me vino la cédula y el primer número era un 9.  Mis allegados, al darse cuenta del asunto, me molestaban diciendo que yo me había “brincado la frontera”.  

Bajo esas circunstancias, pude cambiar de nombre y de fecha de nacimiento. Según mis datos que pude recopilar (y no mis recuerdos porque hasta allí no llegan), yo era un lactante para la guerra del 48, no gateaba aún,  sin embargo en mi cédula aparece mi nacimiento en el año 45, fecha con la que yo no estoy de acuerdo. Ni con mi nombre porque papá y mamá, el día que me bautizaron (porque sí me bautizaron pero no me inscribieron), le dijeron al Padre León  que mi nombre era Marconey y cuando el cura oyó este nombre,  muy bravo, dijo que “no era nombre para un cristiano”. Definitivamente no quiso y mis padres accedieron a la propuesta de él:   Marco Tulio.

Desde la década del 70 he sido miembro fundador de talleres y revistas literarias en Pérez Zeledón.

En la década del 90, y residiendo en San José por motivos de estudio, fui miembro del Taller Literario “El Café” dirigido por Francisco Zúñiga Díaz.

Miembro de la Asociación de Escritores y Editores de Pérez Zeledón (ADEEPEZ)  y de la Editorial Kamuk.

En la actualidad estoy pensionado por el Magisterio Nacional y vivo en Barrio Valverde, en terreno que fue parte de la finca de papá. Ahora me dedico a leer, escribir y conocer lugares y gente.





 
 
 
 
Libros publicados por Marcos Valverde

La noche voluntaria del caracol, tema: la angustia existencial, negación y aceptación, pesos y contrapesos publicado en octubre de 1991 bajo la Editorial IPECA,  prólogo de Francisco Zúñiga.
  
En la ciudad del bosque, poesía ecológica (toma de conciencia por la conservación de los Recursos Naturales y desarrollo de la capacidad apreciativa) publicado en septiembre de  1993. Editorial IPECA, editor Francisco Zúñiga.
Narraciones Generaleñas, investigación a todo lo largo y ancho de la Zona Sur hasta lograr una colección de leyendas, anécdotas y relatos de esta región. Unas leyendas son  de origen indígena, otras post a la colonización de la zona incluyendo el tema de la guerra del 48.  Fui en gran parte motivado por mis padres ya que en las tardes, sentados en la banca del corredor, me contaban esas historias como la de la yuca más grande de la zona que empezaba al otro lado del río, atrás del Liceo Unesco y la puntilla llegaba atrás del altar de la catedral. ¡Increíble!, ¿verdad?
Mayo de 1995, editorial Guilá
El paso de las olominas, libro de prosa poética infantil-juvenil. Aventuras y travesuras de un niño en zona rural, comprendidas entre los 7 y 15 años de edad. El primer día de clases, la primera novia, la poza azul, el “miche” con Carlillos y el ojo azul, las cogidas de café y la mula del diablo, el horno de barro, el bizcocho que hacía  mamá, la prostituta Siete Colores, María Burra, la yegua zonta, mi amiguillo Juan Chupamocos…
Septiembre del 2001, Editorial Editar
 
En el 2003 publica una Edición Especial de Narraciones Generaleñas incluyendo  doce fotos antiguas y comentario adjunto. Leyendas, anécdotas, relatos, etc. de la zona.
Editorial INCOMEX
En febrero del 2004 sale al público Y fui maestro, experiencias jocosas e irónicas.  Peripecias, aventuras, sufrimientos y satisfacciones de un joven maestro que se iniciaba en una de las zonas rurales más apartadas del país.
Entre los temas desarrollados están: La “cultura del guaro” y cómo influía en la vida de la gente, la formación del cantonato, ¿dónde guardaba la gente el dinero cuando no había Bancos?, la tragedia de los cucarachones,  la revolcada que sufrí  junto a mi motocicleta por una cabeza de agua en el río Platanares, la escuela que salió rodando peña abajo en Mollejones… ¡y más!       Editorial Kamuk.
 
Mi siguiente libro fue América en versos publicado en octubre del 2004, prólogo de Oscar Castillo. Un canto de amor por América, reflexión ante la descomposición social que vivimos.  Se puede considerar esta poesía como  denuncia. Fotos a mi pueblo logradas con palabras.             
 Editorial Kuruk
En febrero del 2005 publica con la Editorial Kamuk su libro de aforismos titulado Ideas Sueltas, donde expone más abiertamente su forma de pensar. Seiscientos veinte aforismos para pensar, concienciar y definir nuestras ideas. Cultura, filosofía, política, religión y moral escudriñadas desde cualquier ángulo.
Ese mismo año, el 2005, sale al público El equilibrio del reparto, libro de reflexión ante los seudovalores que vivimos. Toma de conciencia para que la prostitución, drogadicción,  desvíos, robos y demás lacras  no se den. Cómo hacer para que la descomposición social, por lo menos,  merme.
Editorial Kamuk.

Hay 5 libros de poesía y 5 libros de narrativa, todos inéditos. Sus nombres:





He sido incluido en:

Diquís
Universidad Nacional Autónoma (U.N.A.), en 1985.

Diquís
Universidad Nacional Autónoma (U.N.A.),en 1986.

Antología de poetas Generaleños.
Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes,
(Editorial Nacional) en 1988.
El pueblo y su cultura
Universidad Nacional Autónoma (U.N.A.),
Editorial Fundación, en 1999.



Premios obtenidos



1985……………………………Primer Lugar
                                                    Certamen Brunca
                                                    Universidad Nacional Autónoma
                                                    (U.N.A.)

1986………………………….   Primer lugar
                                                    Certamen Brunca
                                                    Universidad Nacional Autónoma
                                                    (U.N.A.) 

1986-1987................................. Tercer Lugar
                                                   Certámen Julián Marchena
                                                 
                                                     
1987……………………………Tercer Lugar
                                                    Certámen ANDE
                                                    (Asociación Nacional de Educadores)


2008……………………………Premio Brunca 2008
                                                    Rama de literatura
                                                    Otorgado por la Casa Presidencial y el Ministerio de                                                                
                                                     Cultura. 


El Taller Literario
(comentario)

Por Marcos Valverde



El Taller Literario en los niños es el formador de hábitos y destrezas. Es el pulidor de palabras e ideas. Es el laboratorio. Es el medio para adquirir calidad y cantidad en la expresión.

El Taller Literario incita al niño a buenos hábitos como lo es la lectura y la escritura, dedicándole tiempo igual que el científico lo dedica  a ensayar con la fórmula química.

No hay poesía mala, lo que sí hay son conocimientos para mejorarla. Experiencia, tiempo, dedicación y estudio, aptitud y sobre todo una actitud positiva hacia la lectura y la  escritura, actitud que los padres de familia y el maestro deben incentivar. Pero… ¿cómo incentivar el amor por los libros y  la lectura si los mismos padres de familia y educadores (1)  carecen de ese actitud? 

El mejor método para enseñar es el ejemplo, el ejemplo sincero que el niño capta aún sin proponérselo.

Por eso, cada escuela y colegio debe tener su propio Taller Literario, con el tiempo semanal necesario y autorizado por el Ministerio de Educación Pública. De esta forma veremos florecer hábitos buenos en medio del desierto deshumanizado de la actual tecnología y en medio de la descomposición social que vivimos. No debemos permitir que los estudiantes se conviertan  en “copiar-pegar”.


(1)Educadores: Me gusta más esta palabra porque es comprometedora a los principios, valores, actitud  y  moral del educador y del estudiante.





Autobiografía(1)

(Poema)
Marcos Valverde





Nací en la finca
           o en hospital
y sin permiso me pusieron este nombre.

Lacté con pólvora del 48
y al crecer fui
            ordeñador de vacas
             boyero
             y cogedor de café.
             Domador de yeguas mansas
             matador de culebras
             y espantamonos.

Con la flor del zacate
             cacé gusanos
             y los ejecuté
             echándolos al hormiguero
             para verlos morir
             retorciéndose.

Fui buscador de pozas profundas
agente secreto en los helechales
guerrero de guayabas y naranjas
y sobre todo
              nunca me dejé de nadie.

Pasé por escuelas y colegios
institutos y universidades
llegando a comprender al final
que de nada servía.

Hoy me llamaron poeta



 


(1)Este poema fue publicado en  la contraportada del libro “EL PASO DE LAS OLOMINAS” en el 2001 por la editorial Kamuk.





Poema 17(*)



Debajo de este asfalto está mi infancia
(ya los barriales se fueron).

Aquella esquina recuerda mis pasos
que por cientos
los ha visto al doblar mi espalda.

Las boñigas ya no están
y el abejón rueda caca
tuvo hijos desertores de mi barrio.

El guaba de costa se aburrió de darme vainas
y con una lentitud pasmosa
se hizo viejo y embarbado.

Yo me puse zapatos para que esparcieran piedras
y ya las aguas no me reconocían
y hasta el sonido de mis pisadas
sonaba con timbre extraño.

Pero me aparté más en un verso de recuerdos
y todos con su frutos me quisieron
como si mis pisadas fueran siempre
con sabor a piel de mango
y cáscaras de guayabo.



*(Poema publicado en 1991 en el libro LA NOCHE VOLUNTARIA DEL CARACOL)



Poema 18(*)

Hijo del Valle Perfecto
el de cerros guardianes
y mares que cantan.

Generaleño como el río General.

Engendro del gorrión
y arco iris del verso.

Todos los brazos unidos
reclaman
a los poros del verde
ser mis parientes. Y
con hospitalaria música
me entregan
el más tierno gesto.

Sudando
desde La Piedra y Savegre
hasta Platanillo
El Águila
Volcán y Chimirol
corro
detrás de las sombras
hasta el agua fresca del roble.


*(Poema publicado en 1991 en el libro LA NOCHE VOLUNTARIA DEL CARACOL)